Constanza Pedrosa
Volver, de visita...
Autor: Merchu Napolitano
Un año después de haber aterrizado en Nueva Zelanda era hora de volver a Argentina... de visita.

Lo que empezó como un sueño de "vivir en el extranjero" se convirtió en realidad para mi pareja y para mí en octubre del 2014. Como casi toda persona que pasa por el proceso de migrar por voluntad propia, renunciamos a nuestros trabajos, vendimos muchas cosas y regalamos otras tantas. Posiblemente lo más difícil fueron las despedidas con las amistades y familiares. Eso de despedirse con deseos de buena suerte pero con la incertidumbre de no saber cuando volveríamos a reunirnos. Tampoco sabíamos bien que nos depararía el destino y aún así decidimos dejar nuestro país de origen en busca de nuevas experiencias y
oportunidades.
Unos meses después de haber llegado a tierras kiwis, decidimos que nos quedaríamos. Elegir ciudad, conseguir vivienda y visas de trabajo, así como empezar a adaptarnos a la cultura, fueron nuestras prioridades los primeros meses. Cuando quise darme cuenta ya había pasado casi un año y los pasajes de vuelta se vencían.
Una noche de octubre del 2015 me subí a un avión en Auckland y aterricé ese mismo día a la tarde en Buenos Aires y para la hora de la cena ya estaba en La Plata, mi ciudad natal (esas cosas de vivir en el futuro). En ese momento me pareció buena idea llegar de sorpresa, hoy en día ya no me resulta tan buena idea, sobre todo con familiares en edades avanzadas. De todos modos, la sorpresa fue un éxito y la emoción de los reencuentros no tuvo precio.
El viaje tenía una duración de tres semanas y yo fui decidida a sacar el mayor provecho de ese tiempo. Como buena organizadora de eventos y fanática que soy de la listas me programé encuentros, almuerzos, cenas y hasta desayunos con todas aquellas personas que quería ver. Fui a muchos lugares a los que quería volver y comí todas aquellas cosas que tanto extrañaba. Hasta hice un viaje de tres días a un torneo en Bahía Blanca acompañando a mi primer equipo de Ultimate Frisbee. Y es que sentía que no podía desaprovechar ni un sólo minuto de mi estadía; como queriendo recuperar el tiempo que no había estado ahí. Así los primeros 10 días se me pasaron de golpe, sin respiro.

Feliz estaba de poder hablar cara a cara, de reír y abrazarme con tanta gente querida. Sin embargo, algo me hacía ruido. El comentario de "estás igual" que se repetía en cada reunión a la que iba me dejaba pensado. La verdad es que mi aspecto físico poco había cambiado en los últimos 12 meses, pero yo me sentía una persona diferente a la que había vivido en esa ciudad. Fue entender en carne propia lo relativo que puede percibirse el tiempo y la distancia. El exponerme a una nueva cultura, el tener un nuevo estilo de vida me había cambiado más de lo que yo creía. Y fue el contraste lo que me hizo notarlo. Al salir a la
calle me encontraba (y aturdían) los ruidos, el desorden, la mugre, las personas estresadas y apuradas, el maltrato y las puteadas porque sí, los problemas... todo parecía haber tomado una dimensión diferente para mí. Estaba mirando con otros ojos, a otro ritmo.
Hacia el final de la segunda semana que llevaba de visita, reafirmé que estaba de visita. Empecé a extrañar estar en mi casa, la que yo ahora llamaba casa, el departamento que alquilábamos en Auckland.
A la cantidad de encuentros y emociones sobrevino una ansiedad de no querer estar más ahí. "Ya está, ya me quiero volver a casa" le dije a mi pareja. Fue extraño y doloroso sentir que ya no encajaba. ¿Cómo podía ser que me sintiera extranjera en mi propia ciudad? Y lo peor era no poder expresarlo claramente, por no entender(me) y sobre todo por miedo a herir a mi familia.
La última semana que pasé en Argentina tuve sensaciones encontradas. Busqué reencontrarme con quienes más quiero y disfrutar del momento aunque una parte de mí contaba los días que quedaban para subir al avión. Y llegó el día de la despedida, esta vez ya sin pasaje de vuelta a Argentina. No voy a negar que me entristeció no saber cuando volvería a abrazar a mi familia, del mismo modo que no voy a mentir sobre la tranquilidad que me generó sentarme en el avión y despegar.
Ya pasados unos años de ese viaje, volví de visita con otra actitud. La segunda vez, avisé con tiempo cuando llegaría y que sólo estaría por 10 días. Traté de no llenar mi agenda de actividades sino de la compañía de quienes más quiero, pero a mi ritmo. Un día, incluso decidí quedarme en la casa, casi sin ver a nadie. Entendiéndome y respetando mejor mis tiempos. Luego entendí que la identidad es algo en construcción permanente, que tiene que ver con quienes somos, pero en función del contexto y de las relaciones con los demás. En mi descubrimiento e integración con una nueva cultura, había entrado en conflicto con la mía.
Hoy sé que soy producto de todo lo que me dio (y también de lo que me negó) mi tierra de origen, que soy lo que voy aprendiendo y recreando en el lugar que decido estar en el presente.